divendres, 6 de desembre del 2013
Bala perdida
Esa noche salió corriendo. No sabía de donde ni cuando, pero sus piernas no paraban de moverse. A diferencia de sus sueños, sus pies no se pegaban al suelo, impidiéndole avanzar, avanzar hacía donde deseaba llegar. Esta vez era diferente, todo el contrario, corría y corría, pero no sabía donde iba. No conocía ni siquiera de la existencia del sitio donde se encontraba, un sitio irreconocible para él u otro. No era un bosque, no era un camino, no era un desierto. Ni siquiera se encontraba corriendo entre grandes olas impidiéndole el paso. Obviamente, el miedo lo engullía, no podía respirar, sudaba y no sabía si era agotamiento o desesperación lo que sentía. ¿Quien si no él podía encontrar dichas explicaciones a estos actos? No había nadie más en ese lugar. En realidad, no podía saber del cierto si había alguien. No reconocía ni una esquina, ni un camino sin fin, ni la luz del día. Ni siquiera la oscura noche, con o sin luna llena, negra como la garganta del lobo. ¿Qué era? ¿Qué buscaba? Empezaba a sentir terror, temor ha acabar por no reconocerse a si mismo mientras poco a poco la locura lo invadía. No se daba cuenta que lo único que buscaba era encontrarse a si mismo y encontrar algo que hacía tiempo que tenía delante de sus narices, dentro de él. Solamente lo que sentía.
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