Del infinito desprecio. De la lujuria. De la vida. De la muerte.
De un corazón que destrozaron en esa carretera desierta. ¿Oiste los últimos latidos?
El alma libre del cuál se enamoro. Ella, caída en la batalla.
Tenía más que algo material.
Tenía las palabras como arma letal.
Agonizaba sus ganas de matar.
No se merecía el buen despertar.
Rompió y descuartizo los recuerdos.
Un cuarto oscuro, mil caricias.
Mi mente se sulfuro, viviendo mentiras.
Como amar una madre, nunca.
Como un fraude, ni una disculpa.
Barriendo un cuerpo, de alma pura, mi amor. Demasiado pero disminuyendo. Minimizando aquello que te destrozo.
Vamos. Aun hay tiempo sin esa esperanza. Te tienes a ti y a nadie más. Vivimos solos, rodeados y encontrando salidas entre personas y personas.
¡Mira! Mira y calla. La respiración acelerada, un nudo en la garganta, un estómago cerrado. Un pasado del cuál aprendí y me ayudo a crecer, a ser fuerte. Caerás, te romperas, te matarás un millón de veces. Sabes que esas cicatrices seguirán ahí aun habiendo superado miles de metas.
Y lo hemos visto.
Cada noche, sin estar listo.
Un cielo estrellado te hace sonreír,
aun sin saber si sigues para vivir.
Tranquiliza tu espíritu
mientras la luna sigue tu lentitud.
Porque no hay prisa,
y el tiempo de tu descanso lo decides tu misma.